Cada vez que escucho a alguien hablar de la grieta se me vienen a la memoria un montón de sucesos vividos en lo personal. Y pienso en la preexistencia de la grieta. O en la eterna existencia de la misma. Si profundiza un poco en sus memorias seguramente aparecerán situaciones similares, mejores, peores, que se pueden utilizar como ejemplo de esta teoría.
Cuando iba a la primaria, en la escuela Aristóbulo del Valle (CABA), nos daban desayuno, algo así como el Paicor era: un vaso de leche en pote (igual que los yogurt, con tapa y todo, hermoso), pan con dulce o una factura en algún día especial. Algunos llevábamos cocoa (cacao) y azúcar envueltos en celofán para que sea más rica la leche. Otros se compraban un sándwich y una coca en el kiosco de la escuela y lo saboreaban frente a vos, mientras se reían. No compartían, disfrutaban más su riqueza. Ahí había una grieta, pero nadie la llamaba así.
Cuando era pibe también, en el Club Glorias Argentinas de Mataderos (CABA) jugábamos al fútbol. Unos tenían botines Fulvencito, otros Sacachispas, y otros zapatillas. Los de botines se creían Sanfilippo y te decían “¿así vas a jugar?”. Ninguno prestaba los botines, ni se ponía en los zapatos (zapatillas) del otro. Ahí había una grieta, pero nadie la llamaba así.
Más tarde mientras algunos pedíamos y luchábamos por un boleto estudiantil, porque sin él caminábamos cuatro kilómetros de ida y vuelta al colegio (50 minutos de marcha sostenida medidos hoy con Google Maps), otros no se involucraban en el reclamo, no firmaban, no participaban de las asambleas, no les importaba, porque mamá los llevaba en auto. Nadie decía “te paso a buscar”. Ahí había una grieta, pero nadie la llamaba así.
Los sábados en el colegio secundario se reunía el Grupo de Apoyo Misionero (GAM). Era un día completo para ayudar al otro. Visitar hogares de ancianos, patronatos, hospitales, comedores populares… Se hacían campañas y colectas, se llevaban vestimentas, alimentos, pero también guitarras para cantar, juegos para compartir y mucha alegría. Al grupo no lo integraban los más “afortunados” económicamente. La solidaridad no era una tarea importante como para perder un sábado, demasiado con dejar una bolsa con las ropas que ya no sirven. Ahí había una grieta, pero nadie la llamaba así.
Cuando comenzamos esa etapa de la vida en que necesitás conquistar, muchos tenían la posibilidad de comprar ropa de marca (un jean Mango, por ejemplo) y otros no. Había discriminación. A un compañero de piel oscura, al que ni siquiera se puede decir negro, no lo dejaban entrar a los boliches. No hace falta que les diga quiénes nos quedábamos afuera con él. Ellos, entraban igual. No tenían solidaridad con el discriminado ni reclamaban sus derechos. Ahí había una grieta, pero nadie la llamaba así.
En las mesas familiares había discusiones políticas. Los que cargamos al menos 40 sobre las espaldas vivimos la dictadura en nuestra infancia, vimos el retorno de la democracia y con ella el resurgir de la política. Amigos y familias debatían posturas, se apasionaban, discutían, a veces se enojaban. Unos pensaban en una Patria con oportunidades para todos (y todas). Otros hablaban de libre mercado y se oían frases como “el que quiere cultura debe pagar por ella” cuyos ecos resuenan hoy. Ahí había una grieta, pero nadie la llamaba así.
En todas esas cosas había una grieta. Pero los medios no la llamaban así, y por ende tampoco nosotros. Simplemente sabíamos que estábamos en diferentes veredas. No se generaba odio por estar enfrente. Hoy creo que son los mismos los que están acá o allá, con la misma lógica, los mismos pensamientos, las mismas diferencias y las mismas posturas frente al otro.
Siempre estuvieron también los que descansan en el fondo de la grieta, creyendo que todo está lejos, allá arriba, distante a sus intereses, a sus necesidades, a su cotidianeidad. Como quien mira desde el fondo del Kali Gandaki hacia los bordes cercanos al cielo. Son quienes no comprenden, aún, que lo que se derrame desde cualquiera de los lados de la grieta caerá sobre ellos, y que son parte de la misma, incluso en el distante fondo.
Para unos lo importante es el ombligo, y cuidan sus pelusas.
Para otros, la Patria es el Otro, porque así lo aprendimos viendo a los dueños de las pelusas.
La grieta ya existía, si lo pensás. Ahora los medios te hablan de ella para que sigas sin mirar a tus costados, para que te concentres en el ombligo, y no levantes la cabeza.
Marcelo J. Silvera
Periodista
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